tó plaza de soldado, se batió bizarramente en Arauco, alcanzó á alférez con título real y en los disturbios de Potosí se hizo reconocer por capitán en uno de los bandos.
Como no ha sido nuestro propósito historiar la vida de la monja—alférez, sino narrar una de sus originalísimas y poco conocidas aventuras, remitimos al lector que anhole conocer por completo los misterios de su existencia á los varios libros que sobre ella corren impresos. Bástenos consignar que doña Catalina de Erauzo regresó de España; que cansada de aventuras ejerció el oficio de arriero en Veracruz, y que murió, en un pueblo de Méjico, de más de setenta años de edad; que no abandonó el vestido de hombre y que no pecó nunca contra la castidad, bien que fingiéndose varón engatusó con carantoñas y chicoleos á más de tres doncellas, dándoles palabra de casamiento y poniendo tierra de por medio ó llamándose Andana en el lance de cumplir lo prometido.
EL CABALLERO DE LA VIRGEN
I
Toda era júbilos Lima en el mes de septiembre del año do 1817.
El galcón de España había traído, on cartas y gacetas, pomposas descripciones de las solemnes fiestas celebradas en las grandles ciudades de la metrópoli en honor de la Inmaculada Concepción de María. Apenas leídas cartas, una lechigala de niños, pertenecientes á una familia rica que habitaba en la calle de las Mantas, paseó en procesión por el patio de la casa una pequeña imagen de la Virgon. Agolpáronse á la puerta los curiosos, y el devoto pasatiempo de los niños fué tema de la conversación social, y despertó el entusiasmo para hacer en Lina fiestas que en boato superasen á las de España.
El virrey príncipe de Esquilache, ambos cabildos y las comunidades religiosas se pusieron de acuerdo, siendo los padres de la Compañía de Jesús los que más empeño tomaron para que los proyectos se convirtiesen en realidad. Todos los gremios, y principalmente el de mercaderes del callejón, que así se denominaban los comerciantes que tenían sus tiendas en la encrucijada de Petateros, decidieron echar la casa por la ventana para que la cosa se hiciese en grande y con esplendidez nunca vista