Cuando el principe virrey se asomó al balcón de palacio para ver pasar la infantil comparsa, la más linda de las chiquillas, la futura marquesita de Villarrubia de Langres, que, representando á San Miguel, era el capitán de aquel coro de ángeles y serafines, se dirigió á su excelencia y le dijo: «Soy correo celestial, y por noticia os trala que es concebida María siu pecado original.» Pero tan solemnes como lujosas fiestas, en las que Lima hizo gala de la religiosidad de sus sentimientos, tuvieron también su escena profanamente grotesca, si bien en armonía con el espíritu atrasado de esos tiempos.
Referir esta escena es el propósito de mi tradición.
II
Había en Lima un hombrecillo del codo á la mano, casi un enano, llamado D. Juan Manrique y que, sin comprobarlo con su árbol genealógico, se decía descendiente de uno de los siete infantes de Lara. Heredero de un caudal decente, sacó del cofre algunas monedas é ideó gastarlas de forma que la atención pública se fijase en su menguada figura.
Congregado estaba Lima en la plaza Mayor á obra de las doce del día, cuando á todo correr presentóse D. Juan Manrique sobre un gentil caballo overo, con caparazón morado y blanco, recamado de oro, estribos de plata y pretal de cascabeles finos. El jinete vestía reluciente armadura de acero, gola, manoplas, casco borgoñón, con gran penacho de plumas y airones, y embrazaba adarga y lanzón, ciñendo alfanje de Toledo y puñal de misericordia con punta buida. Cruzábale el pecho una banda blanca donde, con letras de oro, leíase esta divisa: El caballero de la Virgen.
Por la pequeñez de su talla, era el campeón un Sancho parodiando á D. Quijote. El pueblo, en medio de su sorpresa, más que en el jinete so fijó en el brioso corcel y en el lujo del atavio, y hubo un atronador palimoteo.
Llegado el de Manrique de Lara frente á palacio, detuvo con mucho garbo el caballo, alzóse la visera y dió el siguiente pregón: ¡Santiago y Castilla!.... ¡Santiago y Galicia!.... ¡Santiago y León!....
Aquí estoy yo, D. Juan Manrique de Lara, vel caballero de la Virgen,» que reto, llamo y emplazo á mortal batalla á todos los que negasen que la Virgen María fué concebida sin pecado original. Y así lo muntendré y haré confesar, á golpe de espada y á bote de lanza y á mojicón cerrado y ú