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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/61

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Ricardo Palma

ála oreja, ninguno dejaba vislumbrar propósito de ir con el canticio al cura de la parroquia. Con enamorados tales, que la creían susceptible de liviandad. mostrábase doña Ana un tanto arisca y zahareña, que ella hacía ascos á amorcillos de contrabando y aspiraba á varón con el cual, sin mengua para la honra, pudiera vivir tan unida como las dos hojas de un pliego de papel sellado.

Era el día del cumpleaños de la viuda, y con tal motivo deudos, amigas y galantes fueron á felicitarla. Demás está decir que hubo guudeamus y mantel largo.

Parece que el vinillo calentó de cascos á D. Cristóbal Núñez Romero, que era uno de los que codiciaban los favores de la dama, porque parándose delante de un cuadro que representaba á la Verónica, exclamó en tono que lo oyeron todos los convidados: —Juro y rejuro que otra no será mi nujer sino doña Ana de Aguilar.

El compilador de las Dudas legales se hace aquí el de la manga ancha, y no cuenta que á doña Ana se le convirtió tan en substancia el juramento pronunciado ante la Verónica, como si el hubiera sido las palabras del ritual por ante el cura. Agregan maldicientes lenguaracos que don Cristóbal Núñez Romero tomó quieta y pacífica posesión de la hasta entonces inexpugnable fortaleza; que es amor una araña que, con cautela, en un rincón del alma forma su tela.

Corrió un mes, y el galán pensaba hasta en los niños del limbo, pero no en abocarse con la gente de la curia, hasta que doña Ana, atropellando por todo recato, le exigió el cumplimiento de lo ofrecido.

—Y en mis trece estoy—contestó impávido el mancebo,—que así Dios no me ayude sl á mi juramento falto.

Pero volaban los meses, el entusiasmo del amante era álcali volátil, y barruntando la viuda que así pensaba D. Cristóbal en matrimonio como en ahorcarse, fué ante el Provisor con la querella y entabló pleito en toda regla. Veinte testigos, libres de tacha, declararon sin discrepar sílaba que el caballero había dicho delante de la imagen de la Verónica: «Juro y rejuro que otra no será mi mujer sino doña Ana de Aguilar.» —Exacto de toda exactitud, señor Provisor—contestaba el sujeto.Esas fueron mis palabras, y de ellas no me retracto. Y pues hablamos castellano, y no argelino ni yunga, convendrá vuesa merced en que mi juramento sólo me obliga á casarune con doña Ana, y no con otra, el día en que me ocurra pensar en casorio; pero como hasta ahora me va á pe-