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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/64

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Tradiciones peruanas

Llegaron al cabo de años á un puerto; y una noche en que el capitán después de beberse setenta y siete grogs se quedó dormido debajo de la mesa, su engreído Juditas lo desvalijó de treinta onzas de oro que tenía al cinto, y se desertó embarcado en el Chinchorro, que es un botecito como una cáscara de nuez, y...... ¡la del humo!

Cuando pisó la playa se dijo: «pies, ¿para qué os quiero?» y anda, anda, anda, no paró hasta Europa.

Anduro Judas la Ceca y la Meca y la Tortoleca, visitando cortes y haciendo pedir pita á las treinta onzas del gringo. En París de Francia casi le echa guante la policía, porque el capitán había hecho parte telegráfico pidiendo una cosa que dicen que se llama extradición, y que debe ser alguna trampa para cazar pajaritos. Judas olió á tiempo el ajo, tomó pasaje de segunda en el ferrocarril, y ¡aburl, hasta Galilea. Pero ¿adónde irá el bucy que no are?, ó lo que es lo mismo, el que es ruin en su villa, ruin será en Sevilla.

Allí, haciéndose el santito y el que no ha roto un plato, se presentó al Señor, y muy compungido le rogó que lo admitiese entre sus discípulos.

Bien sabía el pícaro que á buena sombra se arrimaba para verse libre de persecuciones de la policía y requisitorias del juez; que los apóstoles eran como los diputados en lo de gozar de inmunidad.

Poquito á poco fué el hipocritonazo ganándole la voluntad al Señor, y tanto que lo nombró limosnero del apostolado. Á pcores manos no podía haber ido á parar el caudal de los pobres.

Era por entonces no sé si prefecto, intendente ó gobernador de Jerusalén un caballero medio bobo, llamado D. Poncio Pilatos el catalán, sujeto á quien manejaban como un zarandillo un tal Anás y un tal Caifás, que eran dos bribones que se perdían de vista. Estos, envidiosos de las virtudes y popularidad del Señor, á quien no eran dignos de descalzar la sandalis, iban y venían con chismes y más chismes donde Pilatos; y le contaban esto y lo otro y lo de más allá, y que el Nazareno había dado proclama revolucionaria incitando al pueblo para echar abajo al gobierno.

Pero Pilatos, que para hacer una alcaldada tenía escrúpulos de marigargajo, les contestó: «Compadritos, la ley me ata las mancs para tocar ni un pelo de la túnica del ciudadano Jesús. Mucha andrómina es el latinajo aquel del húbeas corpus. Consigan ustedes del Sanedrín (que así llamaban los judíos al Congreso) que declare la patria en peligro y eche al huesero las garantías individuales, y entonces dense una vueltecita por acá y hablaremos.» Anás y Caifás no dejaron eje por mover, y armados ya de las extraordinarias, le hurgaron con ellas la nariz al gobernante, quien estornudó ipso facto un mandamiento de prisión. Líbrenos Dios de estornudos tales