chos historiadores, tendríamos por fabulosa) fortuna de Quirós, nos bastará referir que en 1668, á poco de llegado á Lima el virrey conde de Lemos, propúsose nuestro minero hacerle una visita, y salió de Potosí trayendo valiosísimos obsequios para su excelencia.
El conde de Lemos, á pesar de su beatitud y de ayudar la misa y de tocar el órgano en la iglesia de los Desamparados, era gran amigo del fausto y se trataba á cuerpo de rey. Pensaba mucho en el esplendor de las procesiones y fiestas religiosas y en la salvación de su alma; pero esto no embarazaba para que se ocupase también de las comodidades y regalo del cuerpo.
Conversando un día con Quirós el mayordomo del virrey, dijo éste que su señor era todo lo que había que ser de ostentoso y manirroto.
—Supóngase vuesa merced—decía el fámulo—si el señor conde será rumboso, cuando me da quinientos pesos semanales para los gastos caseros.
—Gran puñado de moscas!—exclamó el maestre.—Quinientos pesos gasto yo á la semana en velas de sebo para mis ingenios y haciendas.
Y no hay que creerlo chilindrina, lectores míos Así era la verdad.
Para poner punto al relato de las riquezas de Quirós, transcribiremos estas líneas, escritas por un su contemporáneo: «Gastó en la infructuosa conquista del gran Paititi más de dos millones de plata; y á este modo tuvo otros desagües con su gran riqueza, la cual era en tanta suma que ignoraba el número de millones que tenía. Desocupando en cierta ocasión un cuarto, hallaron los criados en un rincón una partida de dos mil marcos en piñas que no supo cuándo las había puesto allí. Los quintos que dió á su majestad pasaron de quince millones, que es cosa que espanta, y esto se sabe por los libros reales, por donde se puede considerar qué suma de millones tendría de caudal.» Francamente, lectores, ¿no se les hace á ustedes la boca agua?
Convengamos en que su merced no era ningún pobre de hacha, nombre que se daba en Litna á los infelices que, por pequeña pitanza, concurrían cirio en mano al entierro de personas principales y que hacían coro al gimotear de las plañidoras ó lloronas.
II
QUE TRATA DE UN MILAGRO QUE LE COLGARON AL APÓSTOL SANTIAGO,
PATRÓN
DEL POTOSÍ
Residía en la imperial villa un honradísimo mestizo, cuya fortuna toda consistía en veinte mulas, con las que se ocupaba en transportar metales y mercaderías. Como se sabe, en el frigidísimo Potosí escasea el pasto para las bestias, y nuestro hombre acostumbraba enviar por la tarde sus