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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/82

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Tradiciones peruanas

rajado el seso; pero el respeto les impedía hacer la más ligera observación al mando del superior.

Al día siguiente estuvo terminado el cerco y con su respectiva puertecita. Los obreros habían tabajado toda la noche.

Era ese el primero de los tres días de rogativas que preceden á la fiesta de la Ascensión del Señor, y según rito, el arzobispo y su coro de canónigos iban por turno á las iglesias grandes. Aquel lunes la ceremonia correspondía á la Merced.

El comendador con todos sus conventuales salió á la puerta del templo á recibir solemnemente la visita; pero su excelencia se quedó tras la cancela.

La comitiva iba á dirigirse por la nave central en dirección al altar mayor, cuando el Visitador le atajó el paso diciéndole; —Alto ahí, que no es ese el camino: Y volviéndose hacia el arzobispo añadió: —Ilustrísimo señor: Pues los canónigos no hallan bien que un fraile celebre en su altar mayor, yo he resuelto que ellos no puedan oficiar sino en la puerta de mi iglesia!

—Pero, señor excelentísimo.....—balbuceó el arzobispo.

—Nada, ilustrísimo señor. Cada uno manda en su casa.

—Y Dios en la de todos, hermano—murmuró un maestro de capilla Y no hubo tu tía. El arzobispo y los canónigos dieron media vuelta y se dirigieron á hacer las rogativas en otro templo, que si no estamos mal informados fué el de la Concepción.

Parece que los canónigos conservan desde entonces tirria tradicional á los mercenarios, y que no quieren perdonarles la arrogancia del Visitador. Buena prueba es que no han vuelto á celebrar las rogativas en la Merced.

EL ALMA DE FRAY VENANCIO

Allá por la primera mitad del anterior siglo no se hablaba en Lima sino del alma de un padre mercenario que vino del otro mundo, no sé si en coche, navío ó pedibus andando, con el expreso destino de dar un susto de los gordos á un comerciante de esta tierra. Aquello fué tan popular como la procesión de ánimas de San Agustín, el encapuchado de San Francisco, la monja sin cabeza, el coche de Zavala, el alma de Gasparito,