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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/84

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Tradiciones peruanas

no mundana, sino muy ascética, fray Venancio tenía una preocupación constante.

Los dominicos, agustinos franciscanos y hasta los juandedianos y barbones ó belethmitas ostentaban con orgullo en su primer claustro las principales escenas de la vida de sus santos patrones, pintados en lienzos que, á decir verdad, no seducen por el mérito artístico de los pinceles.

¡Qué vergüenza! Los mercenarios no adornaban su claustro con la vida de San Pedro Nolasco.

Al pensar así, había en el ánima de nuestro buen religioso su puntita de envidia.

Y esto era lo que le escarabajeaba & fray Venancio y lo que hizo voto de realizar en pro del decoro de su comunidad.

El padre Antolín, para quien el padre Venancio no tenía secretos, creyú irrealizable el propósito; pues los lienzos no los pintan ángeles, sino hombres que, como el abad, de lo que cantan yantan. Según el cálculo de ambos frailes, eran precisos diez mil duros por lo menos para la obra.

El padre Venancio no se descorazonó, y contestó á su compañero que con fe y constancia se allanan imposibles y se verifican milagros. Y entre cllos no se volvió á hablar más del asunto.

Pero el padrecito se echó pacientemente á juntar realejos, y cada vez que de las economías de su mesada conventual, alboroques, limosna de misas y otros gajes alcanzaba á vor apiladas sesenta pulidas onzas de oro, ibase con gran cautela al portal de Botoneros y entraba en la tienda de D. Marcos Guruceta, comerciante que gozaba de gran reputación de probidad y que por ello ora ol banquero ó depositario de los caudales do muchos prójimos.

Y el depósito se realizaba sin que mediase una tira de papel; pues la honorabilidad del mercader, hombre que diariamente cumplía con el precepto, que comulgaba en las grandes festividades y que era mayordomo de una archicofradía, so habría ofendido si alguno le hubiese exigido recibo ú otro comprobante. ¡Qué tiempos tan patriarcales! Haga usted hoy lo propio y verá dónde lo llega el agua.

Sumaban ya scis mil pesos los entregados por fray Venancio, cuando una noche se sintió éste acometido de un violento cólico miserere, enfermedad muy frecuente en esos siglos, y al acudir fray Antolín encontró á su alter ego con las quijadas trabadas y en la agonía. No pudo, pues, mediar entre ellos la menor confidencia y fray Venancio fué al hoyo.

El honrado comerciante, viendo que pasaban meses y meses sin que nadie le reclamase el depósito, llegó á encariñarse por él y á mirarlo como cosa propia. Pero á San Pedro Nolasco no hubo de parecerle bien quedarse sin lucir su gallardía en cuaiiros al óleo.