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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/88

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Tradiciones peruanas

rrección un auto de fe con la efigie del apóstol que vendió á su Divino Maestro por la iniseria de treinta dineros. Pero los huachanos no condenan al pobre Judas á la chamusquina; antes bien lo compadecen y perdonan, pensando piadosamente cuán grandes serían los atrenzos de su merced cuando por tan roñosa suma cometió tan feo delito. ¡Quizá la situación de Judas era idéntica á la que hogaño aflige á los pensionistas del Estado!

La víctima que sacrifican los huachanos es la imagen del desventurado D. Dionisio.

El huachano no concibe que sea honrado ni buen creyente el prójimo que tuvo la mala suerte de recibir con la sal del bautismo el nombre de Dionisio; y es fama que habiendo pasado por el pueblo en 1780 D. Dionisio de Ascasibar, visitador por su majestad de las reales cajas del virreinato, se arremolinaron los habitantes y resolvieron ejecutar con tan caracterizada persona una de pópulo bárbaro. Por fortuna su señoría tuvo oportuno aviso del zipizape que iba á armarse, y anocheció y no amaneció en poblado. Y luego dirán que es bellaquería de poeta aquello que dijo Espronceda de queel nombre es el hombre y su primer fatalidad su nombre.» Yo de mío he sido siempre dado á andar de zoca en colodra con los refranes y consejas populares. Tanto of nombrar al Cigarrero de Huacho en las diversas ocasiones que he vivido en amor y compaña con las honradas gentes de Luariama y la Cruz Blanca, que á la postre me invadió la comezón de conocer la historia lel supradicho D. Dionisio, y hela aquí tal cual do mis afanes rebuscadores aparece.

I

Cúponos en fortuna ó en desgracia nacer en este siglo de carbón de piedra, tan dado al romanticismo de Víctor Hugo como poco amante del que se estilaba en los días de D. Pedro Calderón de la Barca. Y á fe que si ahora cuando se escribe una relación de amores, precisamente han de entrar en ella puñal y veneno, en los benditos tiempos de la capa y espada, tiempos de babador y bombilla para la humanidad, todo era serenatas y tal cual zurra á los alguaciles de la ronda. No embargante, si alguna vez relucía la fina hoja de Toledo era en caballeresca lid, y los desafíos se realizaban en apartado campo hasta teñirse en sangre el hierro.

Parece que el romanticismo de nuestros abuelos no había descubierto que las más guapas armas para un combate son dos botellas de lo tinto, y el mejor palenque una buena mesa provista de un suculento almuerzo con trufas, aucas de ranas y pechuguillas de gorrión. Dios, el rey y la