—Hija descastada! Permita Dios que cargue con ella el patudo.
—¡Jesús! ¡Jesús! ¡Alabemos que alzan!—decían escandalizadas las vecinas. No eche, señora, maldiciones; que al fin la muchacha ha salido de sus entrañas.
—Si! Si insistía la inflexible vieja.—¡Que la alcancen mis palabras!
¡Que se la lleve el demonio!
Y no hubo acabado de proferir esta frase cuando sintióse una detona ción. La cigarrería de D. Dionisio era presa de las llamas, y es fama que la atmósfera trascendía á azufre. Para los huachanos fué desde entonces artículo de fe que el diablo, y no un galán de carne y hueso, era el que había cargado con la muchacha desobediente y casquivana.
V
Aunque nadie volvió á tener en Haucho noticia de Eduvigis ni de su amante, yo te diré, lector, en confianza, que el incendio fué un suceso casual; que no hubo tal azufre ni cuerno quemado sino en la sencilla preocupación del pueblo; que D. Dionisio no tenía de diablo más que lo que tiene todo mozo calavera que se encalabrina por un regular coram vobis; y que, huyendo de las iras de doña Angustias, se dirigieron las amorosas tórtolas á Trujillo, donde una tía del galán les brindó generoso amparo.
Guárdame, lector, secreto sobre lo que acabo de confiarte; pues no quiero tomas ni dacas, dimes ni diretes con mis amigos de Huacho. ¿Qué me va ni qué me viene en este fregado para meterme á contradecir la popular creencia? Yo no he de ser como el cura de Trebujena, á quien mataron penas, no propias, sino ajenas. Lo dicho: D. Dionisio fué el mismo Satanás con garras, rabo y cornamenta.
Si los huachanos creen á pie juntillas que el diablo les vendió cigarros, no he de ser yo el guapo que me exponga á una paliza por ponerlo en duda. ¡Sobre que un mi amigo de esa villa guarda como reliquia un par de puros elaborados por D. Dionisio!....