Ir al contenido

Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/93

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
87
Ricardo Palma

CAPRICHO DE

LIMEÑA Yo no sé, lector, si conoces una de mis leyendas tradicionales titulada Pepe Bundos, en la cual procuré pintar el carácter, energico hasta rayar en arbitrario, del virrey D. José de Armendáriz, marqués de Castelfuerte.

Hoy, como complemento de aquélla, se me antoja referirte uno de los arranques de su excelencia, arranque que me dejé olvidado en el tintero.

I

D. Álvaro de Santiponce, maestro de todas las artes y aprendiz de cosa ninguna, era por los años de 1731 un joven hidalgo andaluz, avecin dado en Lima, buen mozo y gran trapisondista. Frecuentador de garitos y rondador de ventanas, tenía el genio tan vivo que, á la menor contradicción, echaba mano por el estoque y armaba una de mil diablos. De sus modios de fortuna podía decirse aquello de presunción y pobreza todo en una pieza, y aplicarle, sin temor de incurrir en calumnia, la redondilla: «Del hidalgo montañés D. Pascual Pérez Quiñones, eran las camisas nones y no llegaban á tres. » Con motivo de la reciente ejecución de Antequera, la ciudad estaba amagada de turbulencias, y el virrey había hecho publicar bando para que después de las diez de la noche no anduviesen los vecinos por las calles; y á fin de que su ordenanza no fuese letra muerta, multiplicó las rondas, y aun él mismo salía á veces al frente de una á recorrer la ciudad.

Nuestro andaluz no era hombre de sacrificar un galanteo á la obediencia del bando, y una noche pillólo la ronda departiendo de amor al pie de una rejaronda.

¡Hola, hola, caballerito, déso usted preso!—le dijo el jefe de la —Un demonio!—contestó Santiponce, y desenvainando el fierro empezó á repartir estocadas, hiriendo á un alguacil y logrando abrirse paso.

Corría el hidalgo, tras él los ministriles, hasta que, dos ó tres calles adelante, viendo abierta la puerta de una casa, colóse en ella, y sin aflojar el paso penetró en el salón.