—Pues sin orden no le permito á usted que atropelle mi casa.
—¡Qué chocheces! No parece usted peruano. ¡Ea, muchachos, á registrar la casa!
—Las garantías individuales amparadas por la Constitución.....
El esbirro no dejó continuar su discurso al leguleyo ciudadano, porque lo interrumpió exclamando: —¿Constitución, y á estas horas? Que lo amarren al eeñor.
Y no hubo tu tía, y desde esa noche nació el refrancito con que el buen sentido popular expresa lo inútil que es protestar contra las arbitrariedades, á que tan inclinados son los que tienen un cachito de poder.
La casa de doña Margarita era conocida por casa de cadena, y así lo comprobaban los gruesos eslabones de la que se extendía á la entrada del zaguán. Había en la casa un sótano ó escondite, enya entrada era un sccreto para todo el mundo, menos para la señora y una de sus criadas de confianza, y bien podía echarse abajo el edificio sin que se descubricse el misterioso rincón.
El jefe de la ronda dió su espada en la puerta de la calle á un alguacil; y así desarmado llegó al salón, y con muy corteses palabras reclamó la persona del delincuente.
Doña Margarita se subió de tono; contestó al representante de la antoridad que ella no era de la raza de Judas para entregar á quien se había puesto bajo la salvaguardia de su nobleza, y que así se lo dijese á l'epe Bandos, que en cuanto á ella se le daba una liga de sus rabietas.
Y como cuando la mujer da rienda á la sin luucso, echa y echa palabras y no se agotan éstas como si brotaran de un manantial, trató al pobre guardián del orden de corchete y esbirro vil, y á su excelencia de perro y excomulgado, aludiendo á la carga de caballería dada contra los frailes de San Francisco el día de la ejecución de Antequera.
Palabra y piedra suelta no tienen vuelta. El de la ronda soportó impasible la andanada, retiróse mohino y, después de rodear la calle de alguaciles, encaminose á palacio, hizo despertar al virrey, y lo informó, de canto á canto y sin omitir letra, de lo que acontecía, y de cómo la noble señora había puesto de oro y azul, dejándolo para agarrado con tenacillas, el respeto debido al que en estos reinos del Perú aspiraba á ser mirado como la persona misma de su majestad D. Felipe V.
II
Conocido el carácter del de Castelfuerte, es de suponer que se le subió la mostaza á las narices. En el primer momento estuvo tentado de saltar por sobre la cadena y los privilegios, aprehender á la insolente limeña, y