TRADICIONES PERCANAS
con sus pergaminos nobiliarios encerrarla en la cochera, que así se llamaba un cuarto de la cárcel de corte destinado para arresto de mujeres de vida airada.
Pero, calmándose un tanto, reflexionó que haría mal en extremarse con una hija de Eva, y que su proceder sería estimado como indigno de un caballero. Aindamáis, pensó, la mujer esgrime la lengua, arma ofensiva y defensiva que la dió naturaleza; pero cuando la mujer tiene editor responsable, lo más llano es irse derecho á éste y entenderse de hombre á hombre. » Y, pensado y hecho, llamó á un oficial y enviólo á las volandas donde el marido do doña Margarita, que se encontraba en la hacienda á pocas leguas de Lima, con una carta en la que, después de informarle de los sucesos, concluía diciéndole: «Tiempo es, señor mío, de saber quién lleva en su casa los gregüescos.
Si es vuesa merced, me lo probará poniendo en manos de la justicia, antes de doce horas, al que se ha amparado de faldas; y si es la irrespetuosa compañera que le dió la Iglesia, dígamelo en puridad para ajustar mi conducta á su respuesta.
»Dé Dios Nuestro Señor á vuesa merced la entereza de fundar buen gobiorno en su casa, que bien lo ha menester, y no me quiera mal por el deseo. El marqués de Castelfuerte.» A la burlona y amenazadora carta del virrey, contestó el marido muy lacónicamente: «Duéleme, señor marqués, el desagrado de que me habla; y en él interviniera, si la carta de vuccencia no encerrara más de agravio á mi honra y persona que de anor á los fueros de la justicia. Haga vuecencia lo que su buen consejo y prudencia le dicten, que en ello no habré enojo; advirtiendo que el marido que ama y respeta á su compañera de tálano y madre de sus hijos, deja á ésta por entero el gobierno del hogar, en el resguardo de que no ha de desdecir de lo que debe á su faina y nombre.
»Guarde Dios los días de vuecencia, para bien de estos pueblos y mejor servicio de su majestad.—Carlos de .» Como se ve, las dos epístolas eran dos cantáridas, chispeantes de ironía.
Al recibir Armendáriz la contestación de D. Carlos lo mandó traer preso á Lima.
—Y bien, señor mío!—le dijo el virrey.— Conmigo no hay chancharras mancharras. Doce horas de plazo le acordé para que entregaso al reo. ¿En qué quedamos? ¿Han de ser mangas ó tijeretas?
—Será lo que plazca á vuecencia, que aunque me acordara un siglo no