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Página:Tradiciones peruanas - Tomo II (1894).pdf/97

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Ricardo Palma

baria yo fuerza á mi mujer para que entregue al que sufre persecuciones por la justicia.

—¡Que no!.... exclamó furioso el marqués.—Pues esta misma noche va usted con títeres y petacas desterrado á Valdivia; que por mi santo patrón el de las azucenas! no ha de decirse de mí que un maridillo linajudo me puso la ceniza en la frente. ¡Bonito hogar es el de vuesa merced, en donde canta la gallina y no cacarea el gallo!

Pero como en palacio las paredes se vuelven ofdos, súpose en el acto por todo Lima que en la fragata María de los Angeles, lista para zarpar esa noche del Callao, iba á ser embarcado el opulento D. Carlos. Doña Margarita cogió el manto y, acompañada de dueña, rodrigón y paje, salió á poner la ciudad en movimiento. El arzobispo y varios canónigos, oido res, cabildantes y caballeros titulados fueron á palacio para pretender que el marqués cejase en lo relativo al destierro; pero su excelencia, después de dar órdenes al capitán de su escolta, se había encerrado á dormir, previniendo al mayordomo que, aunque ardiese Troya, nadie osara despertarlo.

Cuando al otro día asistió el virrey al acuerdo de la Real Audiencia, ya la María de los Angeles había desaparecido del horizonte. Uno de los oidores se atrevió á insinuarse, y el marqués le contestó: Que doña Margarita entregue al delincuente, y volverá de Valdivia su marido.

Pero doña Margarita era de un temple de alma como ya no se usa.

Amaba mucho á su esposo; mas creía envilecerlo y envilecerse accediendo á la exigencia del marqués.

En punto á tenacidad, dama y virrey iban de potencia á potencia.

III

Y pasaron años.

Y doña Margarita enviaba por resmas cartas y memoriales á la corte de Madrid, y se gastaba un dineral en misas, cirios y lámparas, para que los santos hiciesen el milagro de que Felipe

V

le echase una filipica á su representante.

Y en estas y las otras, D. Carlos murió en el destierro.

Y Armendáriz regresó á España en 1730, donde fué agraciado con el toisón de oro.

Bajo el gobierno de su sucesor, el marqués de Villagarcía, salió D. Alvaro de Santiponce á respirar el aire libre; y para quitar á la justicia la tentación de ocuparse de su persona, se enbarcó sin perder minuto para una de las posesiones portuguesas.