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Tradiciones peruanas

empezaron á descender de las alturas sobre la derecha y centro de los patriotas.

La división Valdez, organizada con los batallones Cantabria, Centro y Castro, había dado un largo rodeo y aparecía ya por la izquierda. La caballería, al mando de Ferraz, constaba de los húsares de Fernando VII, dragones de la Unión, granaderos de la Guardia y escuadrones de San Carlos y de alabarderos. Las catorce piezas de artillería estaban también convenientemente colocadas.

Los patriotas esperaban el ataque en línea de batalla. El ala derecha era mandada por Córdova y se componía de los batallones Bogotá, Voltíjeros, Caracas y Pichincha. La división del general Lara, con los batallones Vargas, Rifles y Vencedores, ocupaba el centro. La-Mar, con los cuatro cuerpos peruanos, sostenía la izquierda. La caballería, á órdenes de Miller, se componía de los húsares de Junín y de Colombia y de los granaderos de Buenos Aires.

Cada batallón de la infantería española constaba de ochocientas plazas por lo menos, y entre los patriotas raro era el cuerpo que excedía de la mitad de esa cifra.

Sucre, en su brioso caballo de batalla, recorría la línea, y deteniéndose en el centro de ella, dijo con entonación de voz que alcanzó á repercutir en los extremos:

—¡Soldados! De los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur. ¡Que otro día de gloria corone vuestra admirable constancia!

Y espoleando su fogoso corcel, se dirigió hacia el ala que ocupaban los peruanos.

La-Mar, el adalid sin miedo y sin mancilla, alentó á sus tropas con una proclama culta, á la vez que entusiasta y breve, y que ni la historia ni la tradición han cuidado de conservar.

Los batallones contestaron con un estruondoso viva el Perú!, y rompieron el fuego sobre la división Valdez que había tomado ya la iniciativa del combato. Era en esa ala donde la victoria debía disputarse más reñidamente,

Entretanto la división Monet avanzaba sobre la de Córdova, y el coronel Guas, que mandaba el antiguo batallón Numancia, cuyo nombre cambió Bolívar con el de Voltíjeros, dijo á sus soldados:

—¡Numantinos! Ya sabéis que para vosotros no hay cuartel. ¡Ea! A vencer ó morir matando.

Sucre, que acudía con oportunidad allí donde su encia era necesaria, le gritó á Córdova:

—General, tome usted la altura y está ganada la batalla.

El valiente Córdova, ese gallardo paladín de veinticuatro años, por