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Ricardo Palma

toda respuesta se apeó del caballo y, alzando su sombrero de jipijapa[1] en la punta de su espada, dió esta original voz de mando:

—¡División! ¡De frente! ¡Arma á discreción y paso de vencedores!

Y dando una irresistible carga á la bayoneta, sostenido por la caballe ría de Millor que acuchillaba sin piedad á los húsares de Fernando VII, sembró pronto el pánico en la división Monet.

Sospecho que también la historia tiene sus pudores de niña melindrosa. Ella no ha querido conservar la proclama del general Lara á la división del centro, proclama ominentemente cambrónica; pero la tradición no la ha olvidado, y yo, tradicionista de oficio, quiero consignarla. Si peco en ello, pecaré con Víctor Hugo; es decir, en buena compañía.

La malicia del lector adivinará los vocablos que debe sustituir á los que yo estampo en letra bastardilla. Téngaso en cuenta que la división Lara se componía de llaneros y gente cruda a la que no era posible entusiasmar con palabritas de salón.

—Zambos del espantajo!—les gritó.—Al frente están los godos puchueleros. El que manda la batalla es Antonio José de Sucre que, como saben ustedes, no es ningún cangrejo. Conque así, apretarse los calzones y...... ¡á ellos!

Y no dijo más, y ni Mirabean habría sido más elocuente.

Y tan furiosa fué la arremetida sobre la división Villalobos, en la cual venía el virrey, que el batallón Vargas no sólo alcanzó á derrotar el centro enemigo, sino que tuvo tiempo para acudir en auxilio de La-Mar, cuyos cuerpos empezaban a coder terreno anto el bien disciplinado coraje de los soldados de Valdez.

Secundó á Vargas el regimiento húsares de Colombia, cuyo jefe, el coronel venezolano Laurencio Silva, cayó herido. Llevado al hospital y puesto un venclaje á la herida, preguntó al cirujano:

—Dígame, socio..... ¿Cree usted que moriré de ésta?

—Lo que es morir me parece que no; pero tiene usted lo preciso para pasar algunos meses bien divertido.

—¡Ah! Pues si no muero de ésta, venga mi caballo, que todavía hay


  1. Hasta en escritores serios hemos visto consignada la especie de que, al emprender la famosa acometida sobre los españoles, Córdova se apeó de su corcel de ba. talla, desnudó la espada, atravesó con ella el pecho del caballo, y á guisa de bandera enarboló el tricornio en la punta de su acero, pronuncian lo á la vez sus inmortales palabras de mando. Varios pintores lo exhiben así en sus cuadros.
    Ello quizá sea poético, y duélenos despoetizar la pintura; pero la verdad histórica nos obliga á decir que Córdova no lució ese día sombroro apuntado, sino un blanco jipijapa, y que estuvo muy lejos de herir al noble corcel que lo sustentara en varios combates, acción que habría revestido caracteres de crueldad y de ingratitud.