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Profundamente escudriñé esas tinieblas; — largo rato quedeme azorado, temiendo, — dudando, soñando fantasías — que jamás á mortal alguno ocurriera; — mas el silencio no se interrumpía, — y la quietud no se quebraba, — y la única palabra pronunciada — fué el nombre susurrado "¡Leonor!" — Este suspiré yo, y el eco — me devolvió el murmullo "¡Leonor!" — Sólo esto y nada más.


Después á mi aposento regresaba — con toda el alma ardiente; — pero escucho en seguida otra llamada — aún más distinta y fuerte, — "seguro estoy, decía, seguro estoy, — que hay algo en mi persiana: — voy á ver, pues, lo que sea, — voy el misterio á explorar — cese mi corazón, siquiera un momento sus latidos — mientras el misterio exploro; — si es el viento y nada más."


Con ésto, de repente, abro el postigo, — cuando con muchos gestos y gran revoloteo, — se me presenta un majestuoso cuervo — de las piadosas épocas de antaño. — Ni el menor saludo me hizo, — ni un momento se detuvo; — pero con aire de caballero ó dama, — posóse sobre la puerta de mi cuarto, — posóse sobre un busto de Minerva; — inmediata-