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Ha lacerado, sin piedad, la duda.
La ardiente envidia con letal ponzoña,
Aquí en mi corazón entristecido,
La sonrisa mató con la confianza.
Con los ojos vagando en tu horizonte,
Partir he visto, de mi hogar sombrío,
¡Ay! para siempre silenciosos féretros!
Lloré como hijo, como padre sufro,
Y tiemblo aún, por lo que alguno espera.
Mas yo no me lamento, y de rodillas
Te doy mi gratitud, Dios poderoso;
A tí, que has puesto todos los dolores
Y todas las miserias confundiste
Sobre mi corazón, sobre mí mismo: —
Todo, menos amar sin ser amado!