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El profundo silencio de la noche.

El viejo Abad Serapio, lentamente,
Marchaba, meditando en el Edicto
Imperial, que á los siervos de la iglesia
Alistarse mandaba en numerosas
Legiones, que á batir fuesen los Godos.
Que ya en aquellos tiempos abundaban
Los que buscando la quietud, querían
Olvidarse del siglo y á Dios sólo
La flajelada mente alzar contritos.
El terror dominaba en los conventos;
Y los monjes, con rígidos ayunos,
Invocando á Jesús se atormentaban.
El Abad en todo ello, meditando
Lleno de angustia, fervoroso exclama
Con los brazos en alto: — ¡Dios me asista!
Y al alejarse entristecido y mudo,
Baja la frente, entre la sombra escucha
Un ronco, extraño acento que le dice:
— ¡Venerable señor, compadecedme!
Y el viejo Abad se signa, por el diablo
Tomando al que le hablaba entre la sombra.
La voz siniestra sigue: — Ópimos tiempos
Hé visto y contemplé magnos festines!