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Para aplacar las cóleras del mal.
Mas de aquella mudez en el arcano
Había un sordo fermentar de oceano,
Una vaga inquietud, torva y extraña:
Era el asombro y el temblor latente
De Mesalina lúbrica que siente
La agitación del crimen en su entraña.
Entre el hondo silencio tumular,
Cual roja homalla ardiente,
Erguíase febril, resplandeciente,
El vasto lupanar.
Enfrente del burdel habia un templo
Triste como el desierto,
Grande como un ejemplo.
El vetusto portal estaba abierto.
Dentro, silencio inerme;
Silencio pensativo y formidable,
Como un asceta lívido que duerme.
En torno, obscuridad espesa y vasta;
Y al fondo un Cristo pálido, inefable,
De una tristeza luminosa y casta.
Sobre las piedras húmedas, impuras,
Negras cajas mortuorias,
Cerradas sepulturas.
En la sombra agitábanse sudarios.