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Alas hoy el hambre me atormenta;
No os extrañe, señor, si os aseguro
Que cuando Abraham nació, yo era ya viejo...

— En nombre de Jesús, demonio ó ángel,
Quien quiera que tú seas, y que me hablas,
El Abad dijo: ¡ven! — Señor, repuso
El otro: ¡vedme aquí! Y al mismo instante,
Sobre la balaustrada, horrible en formas,
Delante de Serapio estremecido,
Cayó un pájaro enorme, el ala abierta,
Cuyos brillantes ojos centelleaban.
Vió el Abad asombrado que era un cuervo
De una especie gigante, extraordinaria.
La edad, su córneo pico había encorvado,
Y su cuerpo sin plumas, parecía
Consumido del hambre en los extremos.
Aunque la fe del monje era robusta,
Místico muro, espiritual baluarte,
Esa extraña visión teniendo al lado,
Temblaba á su pesar, de espanto lleno;
Y los ojos del cuervo en las tinieblas
Centelleaban con lívidos fulgores,
Mientras sus alas fúnebres movía.