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Y el otro, por los negros corredores,
Fué á Serapio siguiendo presuroso.

Cuando el pobre festín hubo acabado,
Sacudió el Cuervo, como un haz de flechas,
Las plumas de su lomo enflaquecido,
Y cerrando los ojos, olvidarse
Del monje pareció, que lo observaba.
Este, cruzó los brazos sobre el pecho
Murmurando: Jesús, las emboscadas
Deshace, que a mi honor el Diablo tiende!
Ángeles santos, reveladme al punto,
¿Qué es lo que anhela el pájaro antiquísimo?
Un huésped más extraño nunca, nunca,
Recibió algún mortal: Señor, salvadme!
Y, mientras tanto que el Abad murmura,
Súbito, el cuervo dice con voz fuerte:
— No estoy dormido como habéis pensado,
Venerable Rabí; sondeo al tiempo,
De qué fueron las almas preguntando:
Pues conocí en otrora los profetas,
Que también lo ignoraban.
 — No blasfemes
Porque el infierno puede consumirte!
Dijo el monje; ¿importarte puede acaso,