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La absolución también yo necesito.
— Escucho, dijo el monje. El que se humilla,
Es digno de perdón, su culpa lava,
Y estremece a los ángeles de gozo!

— Desde el principio, mi relato empiezo:
Era el tiempo, señor, en que las aguas
Cubrieron los confines de la tierra,
Y hasta la cima de los altos montes
Llegaron de su limo las espumas;
De reyes y de imperios fenecidos,
Era el último día. Si eran buenos,
O malos, no lo sé. Buenos ó malos,
Poco nos interesan si están muertos.
— Que eran perversos lo probó el Diluvio,
Repuso el monje, y era un mundo impío
Aquel en que las lúbricas mujeres
Sedujeron los ángeles.
 — No hay duda
Que así fué, dijo el pájaro, prosigo:
Sobre el antiguo mundo anonadado,
Flotaba leve el arca gigantesca,
Y el oceano sin fin, sobre sus ondas,
Como ligera cuna la mecía.
Inmóvil en la sombra yo esperaba,