Llevaba el torbellino entre su seno.
Sus alas agitábanse en los aires,
Sus cabellos brillaban en la sombra,
Y extendidos los brazos, aventaba
Los fétidos vapores sobre el mundo.
Al límpido fulgor de sus miradas,
El impuro pantano despedía
Bajo dosel de flores, tibio aliento;
Cual rojos pebeteros, humeaban
Los montes, cuyos flancos de granito
En hinchados torrentes por los valles,
Las saladas espumas convirtieron.
Giró el espacio, ante mi vista, entonces,
Santo Abad, y caí desde la altura,
Al pie del cedro, cual despojo inerte.
¿Cuánto tiempo duró mi largo sueño?
Cuando me desperté de aquel letargo
Después de algunos siglos, fué á la sombra
Negra y sin fin de las calladas selvas.
Todo despareció: diseminada
En leve polvo la ciudad gigante,
Sobre la fina hierba de los campos,
Recorrí los follajes florecidos,
Viendo que el hombre conquistado había
De nuevo el Universo Hondos clamores
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