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A los dos, los afanes del destino.
Nada puede allí el diablo, y Dios tampoco;
Las cosas de la muerte ó de la vida,
Yo las estimo por igual, lo juro.
Si en mi sinceridad pude reirme,
Me he reído, señor, con inocencia.
— Jesús, Rey de los ángeles, Maestro,
Sellad los labios del traidor, os pido,
Que sin cesar blasfema! dijo el Monje.
— Asi, no os irriteis, Abad piadoso:
Ved que materia vil, no tengo espíritu,
É indigno soy de elogio y de censura,
Y que si hoy enmudezco, cien mil monjes
A los combates llevareis mañana.
Fuertes guerreros, en verdad, serían,
Que una sangre bendita derramando,
Volarán sin obstáculos al cielo!
Cosa que es, según vos, ineludible.
— Sigue! dijo Serapio; Dios dispone
Para expiar mis pecados, que te atienda;
Habla, pues, y prosigue sin tardanza,
Porque el tiempo se pierde al escucharte.

— En tanto deslizábanse los días;
Yo avanzaba en edad y en fortaleza,