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Para mi dicha fueron. ¡Quién pensara
Que mi mejor festín, adverso el hado,
Interrumpiese súbito y de entonces
Los senderos del hambre recorriera!
Sea maldito aquel día, entre los días
Pasados y futuros, para siempre!
Maldito, en sus mañanas y en sus tardes,
En su luz y en su sombra! Sí, malditos
Todos los hombres cuyos ojos vieron
Aquel lúgubre sol en el oriente
Y en el ocaso! Sí, malditos sean!
Quenada, de ellos quede, nada!... nada!
Y que jamás olvide la memoria,
Su recuerdo, cien veces maldecido!

Terminado su fúnebre anatema,
Dicho trágicamente, furibundo,
Calló un instante y erizó sus plumas,
El Cuervo, en actitud desesperante.
— El justo brazo del Señor te ha herido,
Dijo el monje, vengando así tus víctimas,
Odioso Cuervo, al flagelar tus crímenes!
— Rabi, repuso el Cuervo, me parece
Que el hecho y no el designio se condena.
Cosa inicua, en verdad, fué mi castigo