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Que todo lo ignoraba, obedeciendo
A mis instintos, sin rencor alguno.
— Acaba! dijo el monje: ya los astros
Se inclinan y las sombras se recogen.
— Siguió el Pájaro negro, estremecido:
Bajo el reinado de Tiberio, un día,
Olfateando mi presa acostumbrada,
En torno á las ciudades de Iduméa
El huracán llevóme presuroso.
Recuerdo que era viernes, por la tarde,
Cuando vi, suspendidos en la cumbre
De árido Monte á tres crucificados.
— Misericordia! dijo el monje trémulo:
Era Jesús entre los dos ladrones!
— La colina se alzaba silenciosa;
Rojiza nube bajo el sol poniente,
En la inmóvil atmósfera abrasada
Semejaba la piedra de una tumba.
Dos de los condenados, en la cima,
Retorciéndose lívidos gritaban
Por su ronco estertor interrumpidos.
Mas el tercero, herido en un costado,
Suspendido á tres clavos, por agudas
Espinas coronado, reposaba
De la agonía en el postrer instante,