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Dirijíme á la cruz; y esto fué todo.
Un espectro radiante, parecido
Á ese gran Angel que en la edad primera
Del fango, al mundo levantado había,
Y cuya viva luz postróme inerte,
Cobijó con su diestra fulgurante
Al muerto Dios; y con solemne acento
Que imagino escuchar, díjome entonces:
— Si el Divino Cordero lograr pudo
Tu apetito excitar sobre la tumba,
Supremo ultraje, sin igual oprobio,
Más que la hiel amargos; pues que tu obra
Todo intentó concluir, bestia insaciable:
Á no comer tres siglos, te condeno!
Y su soplo llevóme, como lleva
La hoja seca, el airado torbellino,
Y el cuerpo ensangrentado, el ala herida,
Lanzóme desde el Gólgotha á Samaria.
— En verdad, que aquel Angel, dijo el Monje
Fué contigo clemente y bondadoso.
— Suplicio'extraño aquel, os lo aseguro,
De vivir de la muerte! Cuando el hambre
Tenaz nos roe, sin piedad, sin término,
Errar, sin detenerse en los festines,
Y aumentando las bárbaras torturas,