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De los montes al pié, la noche rueda;
Adormece de Chile las ciudades,
Y el Pacífico mar y las riberas,
Y el divino horizonte y el callado
Continente, y por todo se pasea:
Del llano á la colina y desde el valle
Á la garganta oculta en la ladera,
Crece, de cima en cima, el torbellino
Con sorda agitación de alta marea.
Como un espectro en el peñón erguido,
Entre vagos fulgores, él espera
Sobre la nieve que sangrar parece,
Al mar siniestro que tenaz le acecha.
Y el mar sube por fin y le circunda;
La Cruz Austral, en tanto, centellea
Del cielo en los abismos constelados.
De dicha él grazna, su plumaje tiembla,
Yergue el cuello pelado y musculoso,
Atrás la nieve de los Andes queda,
Con ronco grito sube,
Sube tan alto, que ni el viento encuentra
Y, distante del mundo y de la vida,
Distante de la tierra,
Duérmese el cóndor en el aire helado
Con sus alas inmóviles abiertas.