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Jamás con dulce mirada de ternura ó de alegría,
Cruzó junto á mí la virgen de albo cuello encantador,

—Rey de los Runos! jamás, díjole el mar infinito,
Llegó hasta mi fondo el beso del esplendor estival;
Con horror, exhalo siempre prolongado, eterno grito,
Pero, nunca, al sol levanto de alegría himno triunfal.

—Rey de los Runos! El oso, dijo, erizadas las crines
Devorado por el hambre, rudo y fiero cazador:
¡Quién pudiera ser cordero, y en los plácidos confines
Pacer yerbas aromadas, vivir extraño al dolor!

Y el Eskalda imortal vibra su arpa trémula y sonora
Y su canto el duro témpano del invierno hace temblar;
Gime el árbol á los besos del rocío y de la aurora,
Y murmullos armoniosos se desbordan por el mar.

Y el gran oso taciturno se agitó sobre sus patas,
Sus pupilas soñolientas el amor volvió á encender,
Y, por un doble torrente de lágrimas escarlatas,
Sobre et limpio chal de nieve su ternura hizo correr.