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echa al agua por su propio gusto, y lo hace sólo cuando se encuentra apurado por el cazador o por alguna fiera. Fitz-Roy cita el caso presenciado en el río Santa Cruz, de seis o siete avestruces que cruzaron el río nadando, y agrega que hasta entonces no había tenido idea de que ave de patas tan largas, pudiera, por su solo gusto, echarse al agua y cruzar un torrente rápido, pero que ese espectáculo le daba la prueba de lo contrario, porque nada, a su modo de pensar, había incomodado en tierra a los avestruces. Quizás algún zorro, o un puma, los estuvo acosando en esos momentos. Es curiosa la vista que proporcionan estos animales nadando; sólo dejan que el largo pescuezo salga fuera del agua, y van lanzando un triste silbido.

A medio día descansamos, para pelar los avestruces y almorzar algunos de ellos, pues el trabajo nos ha dado gran hambre; una vez satisfecha esta, nos tendemos sobre la arena a reposar, en la siesta bien ganada. La modesta expedición duerme dos horas, lo suficiente para recuperar fuerzas y ánimo, que se consumen en la pesada tarea. Esta continúa a la tarde de una manera aún más engorrosa. El desaliento, va apoderándose de los marineros.

A la caída de la tarde, en lo más penoso del trabajo, que se hace por la falda de una barranca sumamente tupida de arbustos y que nos hace marchar con lentitud y precaución, sentimos, a algunos pasos de nosotros, los ladridos de los perros, y vemos un puma que corre saltando entre los arbustos, y que luego busca su salvación cruzando a nado el río. Estos animales son ya muy frecuentes en estos parajes, y más de una vez han asustado al brasilero las señales que sus patas dejan en la arena. Los huesos de las víctimas que encontramos, entre las matas, donde la fiera se ha regalado, y los guanacos muertos que aun conservan parte de sus carnes con el cuello dislocado y los miembros