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mente, es más difícil obtener un gato pajero que un puma. Se defiende con valentía; sus pequeños ojuelos relumbran y sus garras crispadas mantienen en respeto a los perros que lo combaten.

Es el enemigo declarado de cuanto animal vive en estos parajes, pues hace destrozos en los avestruces grandes y pequeños, a los cuales les come la cabeza y el pecho.

En este paradero pescamos dos truchas.

Hemos sido más felices que Darwin, cuyas tentativas de pesca no tuvieron buen éxito. Las truchas son de regular tamaño; una de ellas pesa cerca de dos libras; su carne es buena y nos sirve de exquisito manjar con que variar nuestra cena.

Enero 19.— Trabajamos muchísimo hoy; es un día cruel; caminamos poco y con dificultades enormes; las dos orillas son a pico; la del sur, más baja, nos deja ver la línea fértil que separa el cascajo de la roca terciaria; los matorrales, en el norte, son sumamente incómodos y el río corre con tanta fuerza que forma ondulaciones; perdemos más camino que lo que ganamos y a medio día nos encontramos más abajo del paraje donde hemos dormido anoche. Más de una vez tenemos que soltar la cuerda del remolque, pues los que lo llevamos por tierra, nos encontramos en inminente peligro de ser arrastrados al río. Nada resiste a la correntada de un recodo: la cuerda se- corta cada vez que hacemos esfuerzos y los borbollones de agua, que asaltan la proa del valiente bote, son tan altos, que pueden inundarlo. Nadie se fija en las espinas que nos traspasan las piernas; el rápido y el bote son centro de nuestras miradas. Estamos ya sobre él. Estrella y Patricio a bordo, tratan, el primero en el timón, el segundo en la proa con un remo, de mantener esta última fija hacia la corriente; ya casi tocamos el fin, cuando la cuerda se corta nuevamente y la