Página:Viaje a la Patagonia Austral - Francisco P. Moreno.pdf/120

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 117 —

tado del bote, trata de que este conserve la proa a la corriente; Estrella dirige el timón. Con la falta de Patricio, la embarcación, que se siente libre, se inclina y presenta su flanco al rápido, el agua la asalta y ya la imagino así perdida; me lanzo al agua, pero pierdo pie; una poderosa fuerza de absorción me arrastra hacia el fondo del torrente y pareciendo que me hace girar, me vuelve a la superficie; creo que he trazado con mi cuerpo una espiral en medio del cauce del Santa Cruz. Felizmente, al ascender al nivel, puedo apoderarme de la cuerda que Francisco hace esfuerzos para no largar, arrastrándose en el suelo. Es tal la velocidad del agua que me cuesta trabajo sujetarme.

Hay que cruzar al sur para pasar un nuevo rápido y perdemos tres horas en andar cien metros; hechos estos, descansamos un momento. La fatiga nos vence; amarramos el bote en un recodo, y así, mojados como estamos, tomamos un pequeño lunch; el balde-despensa, contiene unos fragmentos de puchero de guanaco que el brasilero ha guardado con grandes precauciones, y esto, con migas de galleta y unas gotas de jerez, que distribuyo de mi pequeña provisión, a la gente, nos dan nuevas fuerzas, que bien necesitamos para cruzar el murallón que nos desafía en frente. Aquí se ven elevados barrancos, algunos de trescientos pies y son los que entorpecen tanto nuestra exploración. No es sólo su elevación sino que encajonan el río, el cual adquiere así mayor velocidad y se torna caprichoso en sus vueltas, lo que hace que las aguas las batan y remolineen en ellas. Aquí los dos lados presentan orillas a pique, aunque generalmente, hasta ahora, siempre hemos tenido una costa baja, frente a otra alta.

Atacamos la alta muralla, pero hay que tomar grandes precauciones; un previo reconocimiento me muestra rocas que hacen bullir el agua al pie,