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de lava; sobre ella se divisan mesetas elevadas de 2.000 a 2.500 pies, que se escalonan hacia el oeste, pero a pesar de hallarse despejado el horizonte en esa dirección, la cordillera está velada aún por la distancia a que nos encontramos de ella.

Enero 29.— Por las alturas termométricas tomadas hoy, en el punto de ebullición, obtengo una altura para la meseta basáltica, inmediata al campamento, de 751 pies y para este la de 235.

Enero 30.— Nos ocupamos de levantar un pequeño cairn, como signo de nuestro paso por este punto.

He incendiado los matorrales de la falda del cerro para ahuyentar los pumas que anoche han molestado a la caballada y que distinguimos ahora, huyendo por las obscuras grietas que abundan en los flancos de estos enormes peñascos.

Enero 31.— Aún dura nuestra detención; innumerables cóndores y caranchos acuden al campamento en busca de los despojes de nuestra cocina, y estamos rodeados de centinelas alados que alarman al brasilero, el cual no duerme la siesta de temor de ser atacado por ellos.

El tiempo ha recrudecido; a las doce el termómetro marca 5° Réamur; el frío andino nos llega y a la noche, en el arbusto inmediato a mi cama, encuentro que dicho instrumento ha descendido a 2°, temperatura bastante desagradable para el mes de enero!

Nuestro campamento presenta un aspecto mágico. El incendio continúa con mayor intensidad; ha atacado los murallones de basalto y devora los arbustos.

La luna, que hace un mes veía elevarse sobre el tranquilo océano, alumbra radiante esta escena ardiente; las llamas gigantescas serpentean entre las grietas y hacen destacar los negros muros invencibles para ellas y las columnas tumultuosas de densísimo humo hacen resaltar la suavidad y