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con la cual el río, que desciende rugiendo al pie, forma un cercado natural, casi completo, para nuestra caballada. Este es el punto donde el almirante Fitz-Roy estuvo a punto de perder una de sus embarcaciones; el ruido que las aguas hacen al chocar en los peñascos derrumbados que hay en el fondo en una boya profunda circundada por otras piedras, es grande: es una enorme caldera que bulle y cuyo hervidero siembra de blanca espuma todo el ancho del canal. Un trueno siniestro aunque no fuerte, se siente continuamente y nos avisa el peligro que vamos a arrostrar si tentamos salvar ese infierno de rocas y de olas. El río está sembrado de islas formada por la inundación que va invadiendo el valle y me encuentro perplejo sobre cuál de los canales debo seguir, pues por todas partes vemos piedras o matorrales cubiertos, pero denunciados por los penachos que el agua forma sobre ellos.

Febrero 3.—Nuestro campamento ha sido instalado ayer entre unas matas abrigadas, que la casualidad nos ha mostrado.

Aun en el abrigo en que nos encontramos todavía hoy, pues dura el temporal, hemos sentido los efectos de las inclemencias patagónicas. La maleza que me recuerda días agradables pasados en las salinas catamarqueñas, durante mi expedición a las ruinas de las calchaquíes, ha sido débil reparo; la lluvia ha descargado sobre nosotros y nos ha mojado completamente, a pesar de las cuevas que cada uno ha formado en los intrincados troncos de los arbustos, precaución que no olvidamos cada vez que el tiempo nos amenaza. Al despertar, cada uno se encuentra convertido en isla, rodeado completamente por el agua y apenas podemos levantarnos, pues nos encontramos sumidos en la tierra guadalosa.

El viento continúa con fuerza cada vez mayor, levantando remolinos de arena que recorren, cara-