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que haya sido elegido por la facilidad que presenta el menor ancho del río, su corriente menos veloz a causa de la pila poco pendiente, los buenos pastos para los caballos cuando llegó el tiempo que los indígenas los tuvieran, y por la abundancia de caza en los manantiales, cuando cazaban a pie.

Los hielos flotantes antiguos han depositado en este valle inmensa cantidad de rocas amontonadas, que forman pequeñas colinas, como si hubieran sido depositadas por un inmenso ventisquero en distintos puntos de descanso, aunque me inclino a creer en lo primero. La ondulación del terreno es cada vez más pronunciada en el bajo, cuando se adelanta hacia el interior y las mesetas se elevan a 1150 pies; se nota más variedad en la disposición de las cumbres lo que hace cesar la perspectiva uniforme hasta ahora de la región por donde corre encajonado el Santa Cruz.

Cruzando el valle a caballo para alcanzar el extremo de la vuelta he encontrado en el camino un elegante zorrino, que aprovechando la tarde hacía caminar sus pequeños hijuelos; esta preciosa escena que se desarrolla alrededor de la cueva, en cuya boca los esperaba la madre amorosa, fue interrumpida por mis acompañantes, los perros, que dieron muerte a esos bonitos pero asquerosos habitantes de la antigua Morena.

Paramos la caballada en la falda de los Tres Cerros, entre unos médanos que bordean el río. La abundancia de piedras erráticas es muy grande y los vientos han levantado la arena que las rodeaban, formando profundas cavidades, en medio de las cuales se hallan esos trozos. De nuestro paradero situado en una de esas hondonadas no se distingue nada, sólo el río que ruge al saltar de unos peñascos que se divisan al pie de la opuesta barranca a pique, pero he subido al primero de los tres cerros y desde allí he experimentado un gran gozo. ¡Los Andes están en el fondo del horizonte!