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con gusto. Se respira libremente aquí. Todos tiramos la sirga con placer y vamos amontonando castillos sobre castillos, que se desmoronan en los primeros rápidos que encontramos al llegar a un zanjón que se dirige del noroeste. Dormimos en él.

Febrero 8.—El camino continúa por bañados extensos donde no se puede sirgar a caballo, siéndolo sumamente molesto a pie, pero en los parajes donde la inundación ha abarcado gran parte del valle, podemos marchar ayudando los remos con el bichero. Las vueltas son sumamente rápidas en ciertas partes, y en otras el cauce del río adquiere un ancho normal, mayor que en la región que hemos recorrido. El valle es muy pobre de vegetación, pudiéndose decir que casi son tantos los trozos erráticos, como los arbustos; así el país vuelve a revestir su triste carácter patagónico. En la costa del río hemos encontrado los primeros troncos de árboles, mayores que los inciensos o calafates, los que nos anuncian los bosques de la cordillera.

Febrero 9.—Anoche los pumas han alborotado la caballada, lo que no nos ha permitido dormir; uno de ellos se ha atrevido hasta llegar a nuestro campamento, causando gran pánico a Patricio y llevándose un avestruz que Isidoro boleó ayer.

El camino es pésimo y el calor insoportable; la creciente es terrible y hace difícil la continuación de la marcha; cuando no hay que cruzar por sobre matorrales sumergidos, los vueltas nos desesperan. Algunas barrancas a pique, que se desploman nos ponen a riesgo de zozobrar.

Con peligro emprendemos el paso de la barranca, habiendo estado los dos marineros y yo, que somos quienes tiramos, a punto de perecer desplomados, pero a mitad de camino, se aumenta tanto el trabajo, que decido cruzar al sur, exponiéndome a estrellar la embarcación contra una barranca de piedra dura, o zozobrar en el centro del río sobre una isla medio sumergida.