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hacia el oeste. Al principiar esta vuelta, hay, en el norte, una laguna bastante bonita, casi circular, la cual no fue vista por Fitz-Roy, y que se alimenta con las aguas del río, que penetran a ella por un pequeño canal.

Hemos tenido que tirar el bote a pie, durante casi todo el día, y esto dentro del agua, a causa de los arbustos y de la inundación, pero lo hacemos con gusto, deseando llegar cuanto antes al famoso lago Viedma, que es donde, nos dicen, nace el Santa Cruz. El valle está formado aquí por cascajo y arena traída por los hielos; la cantidad de los trozos erráticos es inmensa y vemos colinas de pedregullo, exclusivamente, a 200 pies sobre el río.

El bote ha tenido que parar en el centro del cauce y fondear en medio de un matorral casi sumergido porque no ha sido posible llegar a tierra a causa de los guadales, donde, a pisar en ellos, gran trabajo hubiéramos tenido para salir.

La corriente velocísima aquí, lo devasta todo y habiéndose desviado en parte el curso del río, este está sembrado de rápidos. Su aspecto desde la barranca, casi me ha desalentado en un principio, pero esos penachos blancos que saltan sobre las matas, con ruido que abruma, esas líneas de corrientes blancas, que van arrastrándolo todo y que debemos resolvernos a atacar, so pena de suspender la marcha, no nos han arredrado y hemos emprendido la tarea de combatirlas con la pala, el remo y la sirga, exponiéndonos a perdernos antes que retroceder.

Un espectador impasible, que mirara la escena que se desarrolla en el centro de esta vuelta, dominada por barrancas a pique de las cuales se desploman grandes fragmentos al venir las avalanchas de la corriente, y donde el bote y sus tripulantes tratan valientemente de vencer los obstáculos, hubiera creído empresa de locos, el traba-