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tremo restos de una bandera. Es el pabellón argentino que dejó flameando el subteniente Feilberg en el punto más lejano que él alcanzó en su exploración. Atada al remo recojo una botella que contiene el documento que demuestra la feliz realización de la primera expedición nacional llevada a este punto. Con su lectura espero dar un gran gozo a mi tripulación, pues es la prueba, irrefutable por ella, de que está cerca el punto donde terminarán las fatigas del remolque por el Santa Cruz para lanzarse en medio de las aguas desconocidas del anchuroso lago.

Al regresar por sobre la barranca, elevada de más de doscientos pies sobre el río, en una pequeña rinconada formada por una vuelta rápida, encuentro grandes trozos erráticos, los mayores que he visto hasta ahora, uno de los cuales, desde lejos, parece un edificio arruinado. Esa inmensa mole de roca cuarzosa situada a esa elevación, en medio de una meseta terciaria y cascajo extraña a la formación petrográfica del citado trozo, es una de las pruebas más evidentes que se encuentran en estas regiones de la antigua inmersión del valle, entonces inmenso río y donde flotaban témpanos tan grandes que podían transportar monolitos de más de quinientos metros cúbicos, como el que me ocupo.

A la tarde llego al campamento donde la buena nueva es recibida con gran gozo. Isidoro ha boleado un avestruz el que llenamos de piedras, asamos y devoramos contentos. La tormenta que nos alarmó se ha disipado sin causar daño al campamento, habiéndose reducido a un simple chubasco.

Febrero 14.—La aurora pálida del día nebuloso nos encuentra ya levantados y listos para continuar la marcha que se vuelve difícil porque la corriente ha aumentado y encontramos barrancas a pique, donde infinidad de cóndores que anidan