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tranquila línea blanca que forma la ola al derramarse sobre el cascajo.

Este lago, en tiempos no muy remotos, ha debido tener una extensión bastante mayor, y esto en la época geológica actual. Las mesetas que dominan la llanura, baja medanosa, han sido la muralla contra la cual, en los tiempos a que me refiero, batían las aguas del lago; tanto detritus amontonado con lentitud, pero también incesantemente por las olas, han llenado ese espacio; le han levantado sobre el nivel del agua, sembrándolo de rocas y polvo de ellas, que han formado los médanos sobre los cuales hemos instalado el campamento.

He recorrido a caballo la pequeña extensión situada al norte del paradero; el camino es incómodo por la gran cantidad de médanos elevados, algunos de diez metros, y sumamente sueltos, y el paisaje, ahora que la tormenta nos oculta el horizonte montañoso, es parecido al del océano Atlántico, en las inmediaciones de la bahía San Blás; pero aquí, los arbustos (que son algo distintos de los que allí se encuentran) adquieren mayor tamaño. El calafate y el matorro blanco son los principales; aún que el último parece preferir terreno más sólido, abundando con mayor profusión en las mesetas. La costa es corrida N. S. con sólo pequeñas entradas bajas, donde acuden en vano, en busca de alimento, algunas gaviotas que, engañadas, chillan tristemente. A cierta distancia, los médanos cesan, reemplazados por colinas glaciales de altas pendientes y que muestran en sus flancos inmensos trozos de rocas; el agua baña su pie batiéndolo suavemente.

El lago concluye en este punto; pasando una corriente que baja del norte, se divisa, desde la colina al oeste una planicie inundada, luego una ensenada profunda, que se interna hacia el norte; en seguida una lengua de tierra que adelanta al sur y más lejos elevadas mesetas y montañas lo