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bordean en línea casi recta al oeste, inclinándose algo al sur.

La corriente que desciende a nuestros pies desde el norte, es un río; desemboca en el inmenso bañado que tenemos en frente y sus aguas que corren por la pendiente, se dividen en infinidad de brazos, por el delta que les ha formado la inundación; pero entre ellos se distinguen dos canales, que cuando bajen las aguas, serán indudablemente los únicos por donde descarga sus aguas este río, que creo es el que Viedma vió salir del lago que lleva su nombre y que los indios, que le acompañaban, le dijeron ser el Santa Cruz. Galopando más hacia el norte, veo que este río aumenta de velocidad en su descenso, la que es mayor que la del Santa Cruz.

La vista del territorio es diferente ya aquí; aunque es un desierto, hay algo de pintoresco en las barrancas que dominan este río, donde hay más arbustos y pastos, bien distintos de las áridas barrancas y médanos movedizos que han fatigado la vista en la comarca recientemente recorrida; algunos pequeños vallecitos me parecen risueños, a pesar de ser solitarios, y un trozo errático de esplendida blancura hace creer a mis ilusos sentidos, que tienen delante una pequeña morada humana en los flancos escondidos de la quebrada.

El aspecto geológico de la meseta inmediata, que cae casi a plomo sobre dicho río, el cual corre encajonado, sin valle, es distinto al de las mesetas dominan el Santa Cruz; se elevan gradualmente hasta una altura de más o menos 1.500 pies, y en su límite superior, bajo el manto glacial, se ve una capa verdosa amarillenta en estratificación poco visible, grietada, con grandes derrumbes que han sembrado su base de peñascos enormes. La roca es blanquizca y amarillenta cerca del río. Este no corre directamente de norte, y forma una vuelta