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La descripción de estos signos, que será clave del conocimiento de una raza extinguida, es materia de arduos estudios; la interpretación de los signos antiguos americanos está por principiarse, y largos años pasarán antes que pueda bosquejarse siquiera el plan de ellos; pero dato etnográfico bastante importante es el encontrarse signos iguales en regiones tan apartadas.

Más adelante hacia el oeste, al llegar a un pequeño ancón abrigado por grandes fragmentos de peñascos caídos de los flancos de la barranca, hago un hallazgo aún más valioso, en una pequeña cueva, de paredes con figuras pintadas y que mide ocho metros de ancho por tres de profundidad, siendo su altura, en el frente, de dos y medio, disminuyendo gradualmente hasta tener sólo veinte centímetros en el fondo. Las excavaciones que emprendo en ella, son coronadas de buen éxito; a poco rato, la pala y el pico dan con un objeto que impresiona al brasilero, quien huye, abandonando la tarea que le he confiado, mientras copio los signos estampados en la piedra. Con algún trabajo prosigo yo mismo la investigación y tengo la felicidad de extraer del fondo de la cueva, un cuerpo humano bastante bien conservado, que ha sido inhumado, envuelto en cueros de avestruz y cubierto luego con pasto y tierra, sobre la cual he recogido dos cuchillos de piedra y una punta de flecha de la misma materia.

El cuerpo está pintado de rojo; la posición en que se encuentra es análoga a la de las momias del Perú y a la disposición en que las tribus pampeanas sepultan sus muertos. La pierna derecha ha sido replegada sobre el cuerpo de una manera tan forzada que poco ha faltado para que la cabeza del fémur abandone la cavidad catilóidea.

El fémur izquierdo ha desaparecido, lo mismo que gran parte del costado del mismo lado, que ha sido descubierto y comido por algunos carnívoros,