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dadero placer en tender nuestro secado y hacer nuestro humilde campamento, sobre los verdes pastizales, en los húmedos sitios y al borde del arroyo, sin acordarnos de la aridez que nos domina desde las alturas.

Febrero 27.—Marchamos al oeste siguiendo el valle: al norte distinguimos dos escalones de mesetas elevadas a más de 2.000 pies. Chesko bolea un avestruz, el que aunque muy joven, es un buen contingente para nuestra reducida despensa, pues sólo contamos con un asado de potro y una caja de conservas, para los días que debe durar la presente excursión. El camino es excelente, casi recto, pero a corta distancia del paradero que hemos abandonado, el valle cambia de dirección, desciende del N. O. El arroyo Shehuen penetra en él a unos 7 kilómetros, aproximadamente, del punto donde hemos dormido anoche y aparece por el centro de una cadena de colinas. En el valle, hay un lecho de río antiguo, con muchos manantiales y algunas pequeñas lagunas. En algunos parajes, la fertilidad de la región disminuye y sucede a ella la arena y el cascajo, pero luego vuelve a verdear el suelo, y la región continua bastante feraz en el punto donde almorzamos, situado antes de llegar a un inmenso bañado que ocupa casi todo, el valle hacia el oeste.

El paisaje ha variado; ya tenemos en el horizonte verdaderas montañas; hay cerros rojizos imponentes y poderosos mantos de basalto, elevados a 2.500 pies, que son polvoreados en estos momentos por la nieve que cae allí; el aspecto del cielo nos anuncia que pronto la tormenta andina nos visitará. Dejamos pasar una turbonada de lluvia y viento al abrigo de un bosquecillo.

En este punto confluyen tres mesetas elevadas, con basalto en las cumbres; los trozos erráticos son muy numerosos en la más baja y parecen, entre