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niebla densa hacen apreciar más el tibio rayo de sol cuando el vaporoso cúmulo se aleja. Llegados a un cerro bastante elevado, del que se desploman algunos trozos de lava y que sirve de guarida maternal a algunos cóndores que chillan al sentirnos, vemos la gran ladera del sur, y en el bajo el extremo este del extenso lago de Viedma.

Es un espectáculo en extremo desolador el que presenta este gran lago, el mayor de los que sirven de depósito para sus derrites a las nieves de los Andes patagónicos. También el día tempestuoso se presta a hacerlo más triste; el incendio humea aún en la ladera por donde descendemos, y en frente, al sur, áridas mesetas elevadas que forman parte del macizo situado entre el lago Argentino y este, se elevan pardas, rosadas, violáceas, limitando el agua azul-verdosa oscura; la mayor parte del lago está envuelta en la bruma, pero de tiempo en tiempo, de entre las nubes, aparece una cresta oscura o un blanco cerro que anuncia la proximidad de la cordillera. Bajamos de la cumbre de la meseta basáltica a la orilla del lago, por entre lomadas cubiertas de duros pastos y de trozos erráticos y en este trayecto, algo, penoso, una feliz casualidad me hace bendecir la buena idea que hemos tenido en buscar descenso por este punto y no por donde más al este, hubiera sido más fácil.

La falta absoluta de provisiones se convierte en abundancia de ellas con el encuentro que hacemos en una quebrada honda de un joven avestruz, que algún zorro o gato ha hecho inválido; cojea saltando en una sola pierna y trata en vano de alejarse de nosotros, pero lo descubrimos, lo tomamos y pronto es asado y devorado.

Mi deseo es continuar al N. O., siguiendo el trayecto de Viedma, para tratar de rodear el lago pero los caballos no pueden marchar más y tengo que dirigirme al S. S. E. para reconocerlo por esa