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Caminaba solo hacia el río para dejar en su orilla una botella que contuviera la prueba de mi visita a él, cuando al pasar cerca de un matorral he sido atacado por una leona. La poca precaución que toma el viajero, pocas veces agredido, hace que me encuentre sin armas; el revólver lo tiene Estrella. y sólo llevo Conmigo la brújula prismática en su estuche y unas pinzas para tomar insectos, débiles armas ambas para repeler una fiera. Sin embargo, la presencia de ánimo no me ha abandonado y a pesar de haber sido arrojado al suelo por la fuerza del choque violento que he recibido de la leona, al sujetarse esta con las uñas sobre mis espaldas y cara, tratando de morderme en el cuello, he podido levantarme, arrollar el poncho y remolinear velozmente la brújula a manera de boleadora, e imponer así a la puma, que se lanza varias veces con intención de herirme, consiguiendo sólo romper el poncho y arañarme en el pecho y piernas, desgarrándome las ropas.

He podido, sin ser ofendido gravemente, llegar hasta el paradero, en cuyas inmediaciones se ocultó la puma cerca de unas matas, para esperar el momento de hacer la víctima que esperaba su estómago vacío, y aquí la hemos muerto.

El río que Viedma creyó fuera el Santa Cruz, recibe por este suceso, que poco ha faltado para ser trágico, el nombre de «Río Leona», y luego de almorzar en su margen retrocedemos para buscar a Isidoro.

Siguiendo al este por el pie del cerro «Cheul», llegamos a través de una abra bastante extensa, cortada de cuando en cuando por colinas cubiertas de grandes piedras erráticas y capas de lava, al paradero de Isidoro, instalado en la falda de un cerro al lado de preciosos manantiales, donde los caballos se han repuesto algo de las fatigas de la ascensión del Santa Cruz.