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Isidoro está triste, pues por haber perdido, en el camino, el mate y la bombilla, no tenemos cómo tomar mate y cada uno reflexiona buscando la manera de proveernos de lo necesario para prepararlo. Me cabe a mí el honor de fabricar ambos aparatos indispensables. Derramo sobre un pañuelo el resto del paté, seguro que la cruda temperatura no lo desleirá; limpio la lata que lo contuvo: tenemos ya mate. Después de largas tentativas, mi inventiva, hija de la necesidad ayudada por el deseo, hace nacer la bombilla de un hueso de avestruz que pasa a servir de tubo, y de un pedazo de lata de la tapa de la caja, el que, envuelto toscamente en una de las puntas del hueso se convierte en colador de la yerba.

Marzo 13.—La madrugada despierta las pesadas nubes que se han abrigado durante la noche en esta profunda quebrada, y cuando ellas se elevan, despejando las onduladas cumbres, dejamos Moyano y yo nuestro paradero para continuar a pie al oeste. El aspecto del paisaje que nos rodea me promete bellezas desconocidas en las áridas mesetas, y este ultimo día de marcha adelante va a proporcionarme perspectivas nuevas que compensaran las fatigas. Inmediato a nosotros, en la costa del lago, hay un bosque pequeño de libocedrus tetragonus sumamente tupido, pues apenas hay un metro de distancia entre cada árbol. Este conífero no ha sido señalado aún en la falda oriental de los Andes; aquí tampoco alcanzo a divisar otros árboles que los que forman ese grupo, compuesto de 150 ejemplares, muy poco elevados, pues el mayor no alcanza a tener 5 metros de altura por 20 centímetros de diámetro.

Nuestra marcha tiene por objeto tratar de alcanzar una punta rocallosa lejana que se divisa en el tondo. Marchamos, costeando la orilla del lago. La naturaleza no ha sido hollada aquí por