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obedece al remo que nos sirve de timón, ni a los dos que, en las bandas, manejan Francisco y Patricio; las aguas lo oprimen, lo zamarrean, inclinándolo sobre sus bandas y arrastrándolo con rapidez vertiginosa entre las piedras donde las olas revientan con estruendo. El deshielo producido por los últimos días calurosos ha sido tan grande, que el caudal del Santa Cruz ha aumentado tres pies de ayer a hoy y barre todo lo que encuentra de una manera que impone. El bote carga un pie de agua en esta vuelta. Los puntos por donde habíamos pasado sirgando a pie hoy se hallan cubiertos y las barrancas donde chillaban los cóndores se desploman con gran estruendo al pasar nosotros. Luchando, salvamos la vuelta y la embarcación surca el trecho comprendido entre ella y el arroyo del Bote. El paradero del 13 de febrero está cubierto por el agua, pero las corrientes no han aumentado mucho en este punto por la poca pendiente. Acampamos a inmediaciones del arroyo citado, pero los puntos donde lo habíamos hecho antes están bajo las aguas, y no hay más remedio que atar el bote en la costa este y hacer campamento momentáneo a algunas cuadras, dentro del valle del arroyo donde Isidoro ha parado su tropilla. En las inmediaciones del bote no hay como hacer pastar los caballos, y debiéndose separar la comitiva mañana temprano, quiero que todos los expedicionarios cenemos juntos. Un avestruz que acaba de ser víctima de los perros, es comido con gran contento, sin dejar más restos que algunos huesos, pues la necesidad no admite desperdicios; en el bote sólo hay un fragmento de guanaco, y las municiones que nos quedan sólo son tres tiros de remington, seis de revólver y algunos de escopeta; son los únicos recursos que disponemos para llegar hasta la isla.

Al anochecer nos retiramos al bote, habiendo ya