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combinado con Isidoro las señales que indicarán nuestra posición en caso de algún accidente desgraciado, pues en el diario del almirante Fitz-Roy encuentro que mayores peligros ofrece el descenso que el ascenso del Santa Cruz, y esta opinión vale. En compañía de Isidoro queda Patricio para que le ayude en la conducción de la caballada.

Cerca del bote no encontramos sitio suficiente para dormir, la pendiente de la meseta es demasiado grande para tender sobre su falda el recado y los quillangos, pero con la pala y el pico cada uno forma una pequeña cueva que cubrimos con ramas, y pasamos la noche lluviosa como antiguos trogloditas.

Marzo 17.—No ha aclarado aún cuando Patricio aparece en nuestro paradero; llora, no ha podido dormir. «Ha sentido algo en sus adentros que le dice que si lo hubiera hecho Chesko (a quien cree antropófago) lo hubiera muerto». Me pide que lo lleve en el bote. Me compadezco de él, envío en su reemplazo a Abelardo, y tomando la corriente continuamos descendiendo. En menos de cinco minutos desandamos el camino verificado en tres días; caminamos a 10 y 12 millas por hora, rapidez considerable para un bote de dos remos. Todos los bajos están anegados y pocos son los que se conocen de nuestros antiguos paraderos; las barrancas caen a plomo sobre el río y el polvo que producen al desprenderse los desplomes, llega hasta el bote. Con buena suerte pasamos los «Tres Cerros», remolineando el bote en las cavidades formadas por las corrientes encontradas que lo quieren absorber, y dormimos en la orilla del sur en las inmediaciones de la «Fortaleza». Varias veces hemos querido acampar, pero la velocidad de las aguas es tan grande que hubiera sido peligroso embicar en la costa; sólo el gran remanso donde lo hacemos, nos da buen atracadero para el bote y