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con este viaje que me ha dado motivo de apreciar la gran importancia que tienen para nosotros las feraces tierras inmediatas a los lagos y las que se encuentran entre el «Gallegos» y Punta Arenas, futuros asientos de ricas colonias nacionales; y que me había convencido que la región vecina al estrecho, en vez de ser árida, como se creía, es quizá, la tierra más fértil de la parte austral de la república.

El río Santa Cruz que tanto ansiaba conocer, habíalo recorrido en toda su extensión y por esa hermosa vía fluvial, que, a pesar de la velocidad de sus aguas, creo que puede ser navegable para vapores de 12 pies de calado y de gran fuerza, había llegado a los hermosos lagos andinos. En ellos había vivido la vida del trópico y del polo; había comido hielo flotante de los ventisqueros eternos que baten las olas lacustres a sólo 500 pies sobre el mar, en parajes situados a la misma latitud de París; había admirado la majestuosa cordillera, con su manto de hielo en su cima y su guirnalda arbórea en su base; había en los mismos días, navegado al lado de los témpanos y habíame internado en los bosques vírgenes que recuerdan el trópico; en fin, los lagos Argentino y San Martín, situados a los lados del lago Viedma, habían sido revelados a la geografía de la patria, y, con la ayuda de mis compañeros, había agregado algunas noticias más a las que teníamos sobre las tierras australes.

En fin, había cumplido con el grato deber de dar cuenta al gobierno de la nación que la «Llanura del Misterio» del Almirante Fitz-Roy, había sido explorada, y que las planicies que los marinos ingleses llamaron del «Desengaño», albergan hermosos lagos, donde pronto navegarán las naves argentinas.