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A la caída de la tarde, bajamos entre cañadones, cuyas pendientes desnudas de vegetación mostraban escrita la formación geológica del terreno. Recogí algunos fósiles marinos. Ya avanzada la noche, llegamos a una de las casas de Gaiman, donde pedimos hospitalidad; al día siguiente cruzamos el río en la angostura que divide ambos valles, y tres horas más tarde entraba en la comisaría, contento de la corta, pero provechosa excursión, con las maletas cargadas de cráneos, rocas y fósiles y con un vivo deseo de emprender otra.

El aviso de Piedrabuena de que estuviera pronto a embarcarme a la primera señal, me obligó a completar lo más ligero posible, las colecciones sobre todo, las de antropología, que figuraban en primera línea en mi programa, y que hasta entonces sólo se componían de los objetos recogidos en los albardones del valle ya mencionado, en otros puntos y en el cerro del Cairo, y que dejaban mucho que desear en cuanto a restos de los indios que de cuando en cuando visitan el Chubut.

Cerca de la comisaría está situado el cementerio de la colonia y en él había sido inhumado mi amigo Sam Slick, buen tehuelche, hijo del cacique Casimiro Biguá. Conocí a ese indio en mi viaje anterior a Santa Cruz; había sido herido en uno de los frecuentes combates que tienen los patagones cuando el aguardiente los excita y le encontré refugiado en los galpones de la colonia Roucaud, donde había sido socorrido por Lacalaca, a quien tanto estiman los indígenas. Nuestra llegada en el "Rosales" a ese punto, fué motivo de gozo para el buen Sam, por los regalos y los ponches con que lo obsequiábamos y que realizaba uno de sus mayores deseos, al probar esa bebida que había oído ponderar en Malvinas, paraje que conocía por haber sido llevado a él por Piedrabuena. Su contento rayaba en entusiasmo cuando le embarcábamos de vez en cuando en el bote, le dejábamos mane-