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migraciones los restos de sus deudos, muertos en lejanos parajes, para enterrarlos en el panteón donde reposaban sus abuelos, pues conozco algunos depósitos mortuorios; que en las tolderías se preparaban las osamentas, después de cierto tiempo de inhumado el cadáver, para transportarlas en viaje y que las adornaban por lo general con vistosos colores, costumbres todas que muy de tarde en tarde se practican aún; pero no por eso creo que la costa del océano fuera la región preferida para esas inhumaciones. En todo el territorio se encuentran tales enterratorios.

Las formas de los cráneos del cairn del Chubut, y la presencia de restos de alfarería en el de Puerto Deseado, me hacen suponer que los indios que tuvieron la costumbre de elevar esos monumentos, quizás conmemorativos, y los que bien puede ser que interpretaran otra idea que la de simple resguardo de las fieras y de la intemperie, a restos queridos, no fueran los patagones actuales, y que estos sólo la hubieran heredado y puesto en práctica algunas veces. Me inclino también a pensar que esa costumbre se hiciera efectiva en épocas anteriores a la propagación del caballo y de ciertos animales domésticos, pues a haberlo sido después, es indudable, que los huesos de esos animales se encontrarían al lado de los de los indígenas que los utilizaron en vida y a los cuales, según sus creencias o ritos religiosos, debieran acompañarles a la otra, en la cual creen.

Sólo descubrí un fragmento de flecha, un rascador y un cuchillo de piedra, cerca del monumento citado. Este dolmen es parecido, si no en un todo, a lo menos por su figura general arquitectónica, a los que la nueva ciencia de la investigación del hombre ha descubierto en todos los puntos, donde habitaron nuestros antepasados congéneres.